La marcha de los 150.000.000

Se reedita el poemario del valenciano Enrique Falcón

por Esther Peñas / Madrid- 06/04/2017
en Solidaridad Digital .-


El poeta hace cambiar de vida a las cosas, saca con su red todo aquello que se mueve en el caos de lo innombrado, tiende hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente rincones desconocidos. Hay poetas, incluso, capaces de traspasar las entrañas y transformar. Hay poetas cuyos versos suenan a caracoles que frotan sus conchas en clamor. Hay poetas que galopan cuando escriben de tanta rotundidad que desprenden. Enrique Falcón. ‘La marcha de los 150.000.000’. No podemos decir que regresa porque nunca se marchó de quienes lo leímos entonces, pero vuelve en edición en papel. Un motivo de celebración.

‘La marcha de los 150.000.000’ es un libro épico. Una cosmogonía. El paso de los despojados, de los anómalos, de los tarados, de los obreros, de los pobres de espíritu, de los que a nadie importan avanzando hacia la roca misma del sistema, del capitalismo, para hacerla estallar en mis pedazos a golpe de dignidad. La anábasis de los desheredados que exigen su tierra. Su lugar. Un poema con alma de salmo y estructurado en cinco apartados, cincuenta y cinco cantos (con ecos de los cósmicos de Ernesto Cardenal) y miles de versos que se desbordan como los pasos que los conducen. Los pasos de los saqueados, “insomnes hijos de Dios”.

La lucha se muestra hasta en la disposición tipográfica y discursiva. A las cesuras improcedentes se une la interrupción constante de las notas pie de página convertidas en notas al margen que explican, que hieren, que zarandean, que rompen la estética y el discurso. Que se hacen carne. Cuestionan el papel de la poesía misma y su lugar. El lugar de la palabra hecha acción. Marcha. Imposible no sentir la admonición de los versículos, la fuerza recitativa del coro trágico que quienes no son sino nosotros.

Cuestiona el estado de las cosas y construye una epopeya de aliento cristiano y humanista, reivindicando la fraternidad, el único camino capaz de salvarnos de la barbarie. Como una experiencia brutal en la exuberancia de hechos, en la disposición de los nombres, en el enunciado de lo que se cuenta, como un recitativo lisérgico, el lector se siente cuestionado, interpelado en la raíz misma de su propia condición. “Eres un disparo y una página”.

Y porque “nada sé de ti que no sea el paso de los bueyes por el rostro” (así arranca esta cosmogonía del nuevo mundo) su lectura deja de ser lectura para convertirse en indignación misma, en amor encendido, en sobrecogimiento, en ternura, en ovillo de realidad, en voz, en compañía, en entrega sin reserva posible, allí “donde principia el miedo, donde principia el hambre”.

Leer a Falcón nos llena de tierra.