Acompañar, resistir desde la compañía, encontrar a los
otros, renombrar el mundo desde sus heridas… no es poco lo que este
proyecto de escritura se ha propuesto en el contexto hostil de nuestra
sociedad pacificada, sonámbula y hedonista, construida sobre una
ciudadanía replegada y ajena a los asuntos públicos, que ha olvidado que
lo privado es público y que lo personal e íntimo se cimienta sobre lo
colectivo y lo común, lugares además cada vez más expoliados por las
ideas de la propiedad y la vida privada.
No es poco, decía, lo que este proyecto de escritura se ha
propuesto: mancharse con los crímenes del Imperio y los cuerpos de los
desrostrados. Yo también, querido Enrique, creo que vale la pena. Que
ese acercarse no puede quedarse en un vago sentimiento de solidaridad o
compasión hecho de ideas, palabras e invitaciones de papel, sino que
tiene que bajar a la calle y nos tiene que poner, en tanto cuerpos, a
trabajar en organizarnos para ser un día dignos de entrar en las casas
de los pobres. (...)
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