artículo publicado en El
Monográfico núm. 6 (mayo de 1994):
Debo partirme en dos.
—Silvio Rodríguez.
—Silvio Rodríguez.
(…) El texto está en marcha. Afirmar se ha vuelto
imposible. En el reverso de cada sílaba destella una pregunta, una
respuesta, un silencio. Cada vez, la afirmación es un engaño,
normalmente muy útil. Un gato se eriza al verse en el espejo: se prepara
para el ataque. Cómo hemos podido creernos nuestro propio reflejo. Urge
problematizar nuevamente el lenguaje. Urge decir que estoy diciendo. El
texto es incontrolable desde el criterio de ¿identidad? Este texto no
es este texto, este discurso es humo (con sentido), este poema no
existe: es otro, es otros. Si me comparo con otro me conformo con él y
soy, ya, «otro». No hay mismidad en el discurso. Las palabras ya no
pertenecen al sujeto (que tampoco tiene mismidad). Aquí sí podemos
decirlo: hemos procla- mado, o proclamamos a cada acto nuestro
comunismo. El individuo-sujeto ha sido herido a manos de los que vienen.
Aunque merodea con frecuencia y se sabe que dirige carteras
ministeriales, políticas de empresa y hasta protagoniza anuncios de
alguna marca de perfume. La práctica transformadora ha alumbrado un
sujeto plural, cambiante, que antes fue colectivo y, sin dejar tal vez
de serlo, ahora busca no hablar de sí mismo, sino de los procesos
(actos) y de sus relaciones (de él y de los actos) con los otros
sujetos.
«La cada vez nueva construcción de un entre» (Antonio Méndez Rubio).
Las palabras básicas no son palabras aisladas / sino pares de palabras»
(Buber). Por eso debemos comprometerlo, y comprometernos, con el
lenguaje y con el «entendimiento» del paradigma del entendimiento
comunicativo: estos ciento cincuenta millones ya podemos ir amenazando a
la razón instrumental y la tecnología sin corazón y sin cabeza. «Toda
cena es la última. / Todo sermón es un paso más hacia los lobos» (Frank
Abel Dopico). Cada acto nuestro, un suicidio que mata o el afilamiento
de la hoja del verdugo (…)