Escribe Antonio Méndez Rubio,
en "Enrique Falcón: la producción de desconsuelo" (revista de
pensamiento y cultura "Riff Raff"; nº 34, Zaragoza, primavera
de 2007):
"(…) El grito es la raíz de ese agujero que es la boca, como sabía
E. Munch, como sabía J. Morrison, como sabía Isaías. Y es un último acto
de amor. Es por lo tanto un espacio de aire, una huella de respiración
en la que toda subjetividad se constituye como crisis y conflicto. No es
raro que Enrique Falcón recurra una y otra vez a los momentos de
fundación: el yo y el nosotros, la infancia, los espacios abiertos, la
pulsación del cuerpo, la inminencia de una nueva interpelación, de un
nuevo encuentro. El poema se despliega así como si fuera un estallido,
no siempre necesariamente sonoro ni posible. Todo empieza de pronto a
miramos a los ojos, a volvemos el deseo y el desasosiego hacia lo que se
es. Y esto en un doble sentido: de una parte, lo que se es, la
germinación de una resistencia constitutiva (o constituyente, por
decirlo con Antonio Negri), de otra parte, lo que se es, el
subrayado de una despersonalización, de una desposesión, de un hacer
anónimo que nos necesita. De la primera lectura se seguiría la
reivindicación de una comunidad en vela. De la segunda el desierto que
cruzamos y nos cruza (…)"