Hay
muchas posibilidades de que lo primero que llame la atención, al
leer La
marcha de 150.000.000,
de Enrique Falcón (Valencia, Germania, 1998) sea el tipo de
escritura con que nos encontramos. Antes aún que lo que se nos dice,
que no es poco, de forma más o menos consciente, estamos ante un
decir que nos desubica, que nos cambia de sitio como una brisa
incómoda. Alguna vez se ha dicho que un verso continuo y una prosa
discontinua, como es el caso de la Biblia, son tácticas
características de las culturas orales, mientras que una prosa
continua, como la novela, y un verso que agudice su discontinuidad,
encuentran su sitio preferentemente en la cultura escrita. Y me vale
esta idea para empezar a situar las páginas que siguen: una ocasión
para temblar: versos que buscan no leerse sino decirse, pronunciarse
y quedarse, con ritmo desmedido, bailando en la memoria.
Este
poema es un canto, literalmente, una sucesión de cantos. No se
olvide. Su atención a los excluidos del progreso no es cuestión
sólo de temática sino también, más en su raíz, de pragmática
comunicativa. De ahí que la voluntad de articular un discurso
teniendo en cuenta a quienes ni siquiera podrían leerlo se cruce con
una concepción conflictiva de la voz. Registros diferentes delatan
una enunciación plural, abierta justamente a la diferencia y al
cambio, al desafío y a la intemperie de la alteridad: por eso
quien(es) aquí habla(n), de ser un sujeto, sólo puede ser un sujeto
alterado, atravesado por los otros mortalmente. Alguien (o
alguienes), este enrique falcón, que delira, que confunde los mundos
sin remedio, que le ha devuelto la palabra al grito. [...]