En "Las prácticas literarias del conflicto"


(ed. Oveja Roja, Madrid, 2010):
 
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Cifrar la consistencia de una posible línea de trabajo: ¿será posible decir que tendrá que ver con un “alumbramiento del terror” que no resulte patético, con la posibilidad de que el poema pueda entrever las estructuras del miedo en la conciencia “natural” del capitalismo tardío?
 
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A menudo sueño con un poema capaz de responder también a lo que Belén Gopegui, recuperando a Brecht, ha reclamado de la novela contemporánea: añadiéndole un estremecimiento, la posibilidad de ofrecer un informe sobre el mundo a una comunidad de hombres y mujeres capaces de transformarlo.
 
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Para tiempos de tranquilización social y de consenso como éste en el que vivimos, la poesía política bien pudiera introducir una cierta dosis de desorden. En la “ruptura de los consensos” que comparte con los movimientos políticos antagonistas, este deslizamiento hacia el desorden (véase como muestra esperanzadora la poesía de Antonio Orihuela) es una poderosa capacidad que tiene el lenguaje poético cuando lo que se entiende por “compromiso” absorbe y desborda la tarea de los poetas, siempre que éstos se perciban –en primer lugar y ante todo– como ciudadanos que también comparten la casa del hombre.

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No deberíamos lamentar la traición en poesía. Es más, creo que casi toda ella se podría releer como una serie constante de actas para la traición. Estoy incluso por pensar que, a menudo, sólo por un acto de traición es reconocible en un poema su particular gesto de imprevisibilidad. Sólo en este sentido me parecería, hoy, hasta cierto punto lamentable el alto grado de previsibilidad en el que cae tanta poesía actual (no nos salgamos, de momento, del ámbito del Estado español), el escamoteo continuo de sus propósitos políticos, su recurrente tendencia a la insignificancia vital, y una cierta falta de ambición –tanto en el plano estético como en el más expresivo– que creo reconocer en el sentimentalismo naturalista y conservador de ciertas prácticas de escritura y en el solipsismo inofensivo (verdadera poesía homeopática por vía de su desubstanciación) de otras más cercanas.

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Partamos de una mínima convicción: toda opción de escritura –sea ésta cual sea– resulta insuficiente; toda opción de escritura asume unos límites propios y sus propias contradicciones. En otro tono: todo poeta siempre escribirá de una manera incompleta.

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¿Una poética, entonces, del combate? ¿De verdad se podría escribir hoy sin establecer ninguna clase de enfrentamiento político? ¿Volver a caer entonces en una escritura para el apaciguamiento, una poesía de la rendición?

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Desde tales premisas, creo que hoy es una soberana pérdida de energías escribir fuera de ese vasto y extensísimo campo de experimentación que ofrecen los diversos “realismos”. Pero igualmente me parece inevitable introducir grietas y tensiones en un lenguaje que es también el del poder, lenguaje portador de signos naturalizados, aptos para la exclusión y para el dominio. Toda mi poesía parece moverse en la tensión incómoda de esos dos polos, y la posibilidad de poder expresar hoy evidencias imprevisibles acaba siendo una de las aventuras más apasionantes que en este tiempo podría imaginarme. Consecuencia de todo ello, se puede caer en una poesía “de la claudicación” bien por la vía del realismo chato de los pacificadores del mundo, bien por la vía del inocuo solipsismo de quienes, desatándolo todo sobre las fracturas del lenguaje, desactivan las cargas políticas y comunicativas del poema. Démosle la razón a Cortázar: “Lenguaje quiere decir residencia en una realidad. No se puede revivir el lenguaje si no se empieza por intuir de otra manera todo lo que constituye nuestra realidad”. En fin: mucha poesía ya se ha escrito para dejarla tan alejada de los hombres y mujeres de nuestro tiempo; habrá que ir pensando en cómo hacer hoy posible una nueva literatura residente, un nuevo combate de legitimaciones.


(de "Residua", 2010)