en "Enrique Falcón, heraldo del polvo"
(Círculo de Bellas Artes de Madrid,
"La voz y su sombra", abril de 2006):
(…) Concilia Enrique Falcón la rabia del dolorido y
la inspiración del iluminado, pronunciando un grito contra el dolor del
mundo con una escritura de la revelación. Ese estado y esa cualidad
vehiculan una actitud mediante la cual no se acepta la condición
depauperada del hombre y de su lengua. Interviene, pues, el poeta, tanto
en el dominio social como en el mental, activando unos mecanismos
tendentes, desde el instante en que toma su decisión de actuar, a
transformar el estado de cosas, o por lo menos a impedir que éste no se
regodee en su inmovilidad. Actividad política y actividad poética
encuentran en su acción una manifestación de coherencia querida y,
ojalá, contagiosa. Y ambas hostigan la acomodación, el cinismo y la
voluntad de poder en ambos ámbitos. Pero lo hace, y recuerdo aquí a
Benjamín Pèret, cuando escribió su magnífico texto El deshonor de
los poetas, sin contribuir a la confusión de quienes confunden la
poesía con un panfleto, con una intencionada o disimulada propaganda, de
quienes ponen la palabra al servicio de los dueños y, de ese modo,
facilitan la perpetuación de los amos. Porque la poesía carece de pureza
que la salvaguarde de ningún contagio, estando expuesta a las
perversiones y reificaciones que por igual se practican en la vida
política como en la vida intelectual. Creo que Enrique Falcón sabe de
esto mucho, lanzando un desafío que no consiste precisamente en el
retiro (que podría ser acaso una opción muy válida), sino fraguándose en
ello. (…)